domingo, 11 de enero de 2009

La frontera del enfoque


La frontera del enfoque


Abro los ojos y veo lo que vi con los ojos cerrados.
La visión nublada empezó a volverse cada vez más nítida, los contornos se delineaban de una manera sagaz y exacta dando lugar a una provocación visual distinta a otras que anteriormente saltaban a su memoria, sus recuerdos se pronunciaban a partir de evocaciones distantes, de miradas borrosas y disonantes.
Aquellas áreas de colores iban marcando su frontera y al hacerlo se distinguía perfectamente lo que cada una sugería, lo que cada una nombraba. Pudiera ser por eso que la definición se anclara en su mente y que pudiera verla cada vez que su deseo lo quisiese.
Este conjunto de resultantes produjo en un futuro pasado que el concepto se repitiera, que "lo mismo pero diferente" fuera una constante específica en la reconstrucción del sueño que arremetería contra él desde la primera vez que su inconsciente consiguió formarlo.
Al principio sólo distinguía tres colores: azul, café y blanco.
El café cubría todo el fondo, había una mancha borrosa en el centro; el azul pertenecía a la parte inferior de la mancha y el blanco a la superior. Se veía como a través de un lente desenfocado, como una visión que no alcanza a hacerse plenamente visión, como algo que puede ser pero que no es en ese momento, como cuando al tener la conclusión se entiende el primer paso, pero que únicamente teniendo el primer paso se ignora completamente la única solución posible y se está en la posibilidad de que sea cualquier cosa; se permite porque existe la duda y no se han escogido los caminos o las opciones necesarias para llegar a la conclusión definitiva. La mirada comienza a enfocar y de esa mancha se distingue una figura alargada. Las posibilidades se acortan.
El ojo se adapta un poco más a la situación del momento. El color café se empieza a ver de distintas tonalidades; el azul busca sombras y el blanco deja de ser un círculo para volverse un cuerpo irregular donde diminutas manchas oscuras impiden que el brillo deslumbrante de la combinación eterna de la luz siga siendo eso. Ya no puede ser otra cosa distinta a lo que es ahora y lo que sigue adelante.
Una adaptación más meticulosa empieza a distinguir que en el cuadro existe profundidad: los cafés de distintas tonalidades pertenecen a una composición de objetos que conforman una especie de puesta en escena vista desde arriba donde la perspectiva poco a poco va detonando lo más cercano para distinguirlo de lo que está en el fondo; el color azul tiene divisiones que hacen notar que existen otros colores dentro de esa gran mancha azul anterior; el blanco disminuye su posible superficie y se alimenta de un color distinto en el borde superior. Se puede empezar a tener una idea de lo que probablemente vendrá, una idea con ciertos límites.
La observación es más precisa. La anterior mancha del centro es un cuerpo arropado, está de pie y mira hacia el frente en la imagen compuesta, tiene un brazo apoyado en "un algo" café; por las dimensiones se puede adivinar que la ropa es voluminosa y que es portada con cierta coquetería. Las fronteras se ven cada vez más cercanas.
Se marcan los contornos aparentes. La figura es definitivamente una mujer de piel blanquísima; su cabeza lleva el cabello suelto, el vestido se nota y se puede ver que es un estilo antiguo, es más ancho de la parte inferior y deja los hombros a relucir; su brazo y, más específicamente (ahora se sabe) su mano, está sobre un barandal; las dimensiones coloridas en tonalidades cafés del fondo corresponden a distintas profundidades: la más oscura es el suelo y las paredes que están debajo y detrás de la figura correspondientemente; las tonalidades más claras son de unas escaleras que se encuentran en la parte lateral izquierda y al inferior del cuadro. Por la manera en que las escaleras desaparecen se puede imaginar que seguirán subiendo a manera de caracol, en una espiral permanente. La chica está siendo vista desde arriba, desde lo alto de las escaleras, justo entre el primer y el segundo piso; la forma en que está parada muestra que mira hacia arriba y que, por lo tanto, tiene el cuello estirado (jamás podremos verla de perfil ni de frente). Lleva los brazos desnudos y seguramente sonríe. Las opciones, aunque limitadas, aún pueden ser infinitas.
La frontera salta a la obviedad. Es joven, de unos 21 o 22 años; su cabello es más claro que castaño; las tonalidades ascienden a millones y se puede ver que los tres colores principales de la obra se han ramificado de manera increíble y que ahora, aunque predominantes, son una minoría a comparación de la multitud de matices distintos que marchan sobre la imagen. Está sonriendo, sus labios son rojos, encendidos, y construyen una sonrisa sensual, sin excedentes, exacta; sus ojos son oscuros y miran profundamente, a un punto fijo, no se mueven; su mano ya no sólo está posada sobre el barandal, sino que lo acaricia de manera levísima; el vestido tiene un decorado sencillo, muestra sus hombros blancos y tiene un escote que sobrepasa ligeramente sus pechos de tal manera que se ve una oscuridad perdida entre ellos; tiene un cruzado en la parte del abdomen que permite que el vestido se ajuste a su cuerpo; la parte de abajo de su vestimenta es amplia, recuerda a las cortes en fiesta durante los banquetes de la nobleza francesa en el siglo de "su" revolución; las escaleras están siendo iluminadas por una luz que se encuentra justo arriba de donde es observada, por lo tanto las escaleras más cercanas a sus pies tienen menos iluminación. Lo único que separa lo vulgar del acercamiento con lo perfecto de la realidad son los milímetros de las fronteras, milímetros utilizados por Kundera para entablar fronteras, la frontera que en este caso es “la distinción de”.
Afinando se logra sacar de los instrumentos el sonido que “debe ser”, el sonido perfecto, el que corresponde a la realidad de la nota. Afinando la mirada buscamos encontrar la realidad de lo visto, la posibilidad de que eso mismo se desarrolle creando el sueño que sirve de modelo para las repeticiones subsecuentes.
Su cabello, con distintas tonalidades debido a su evidente pigmentación no natural, está recogido hacia atrás pero suelto, ella cuidó que tuviera la posición que tiene en ese momento, cuidadosamente dejó que estuviera suelto, específicamente permitió que tuviera un desorden que únicamente ella admitía, algunos cabellos se revelaron contra ese orden impuesto y por lo tanto decidieron volar libres o golpetear su cara de forma rítmica durante todo el tiempo que ella se los permitiera; sus ojos transmiten seguridad pero a la vez nostalgia, las líneas que van del centro del iris hacia el exterior contrastan de manera tajante con el blanco que rodea el circulo oscuro que posee colores amarillos, cafés y dorados, tiene cierto brillo de “estar llegando a un lugar pero aún encontrarse extremadamente lejos”; sus orejas tiene dos pendientes, pequeños, cada uno de color plateado, pequeñas esferas de las que se desprende una cadenita, tan sólo un hilillo, de plata que se mece como la cabeza de una persona al estar recibiendo un masaje que lo sumerge en un vaivén de las olas de su propio deleite sensorial; sus labios son rojos, brillantes debido a que se aplicó algún producto que ilumina de manera contrastante esas dos franjas que, si bien sonríen, se entreabren en el centro y mantiene pagada la piel más alejada del centro de la boca, el brillo que produce el producto aplicado se junta con la baba que proporcionó la lengua al haber humedecido esa piel distinta que diferencia la cara de la boca, es un brillo jugoso, fresco, llamativo; en el cuello lleva un collar de plata del que cuelga una piedra azul transparente no más grande que un botón; su vestido tiene un encaje blanco justo donde termina el escote, la tela se apoya un poco debajo de sus hombros y su abdomen está decorado con bordados de un ramaje curvo del que nacen distintas florecillas y hojas acomodadas en un color azul más brillante, un azul eléctrico, se juega con los reflejos que pueda dar la luz en la manera en que los bordados están acomodados; en la parte baja de la cintura se puede ver que las ramas dan frutos plateados y rojos brillantes, son pequeños pero proporcionan una diferencia que es apreciada de manera inconsciente, tiene pliegues y es ligeramente amplia; las mangas le llegan apenas arriba del codo, tiene guantes blancos que llegan hasta la mitad del antebrazo, éstos poseen también bordados en blanco y algunas líneas doradas casi imperceptibles que forman trazados caprichosos en toda la superficie que envuelve su mano; la piel que se creía blanca se distingue del blanco impecable de la tela y hace que se acerque a una tonalidad más humana, sin embargo, el contraste entre el azul de su vestido, el rojo de su boca, el oscuro de sus ojos, la iluminación del lugar y el mismo blanco de la tela, le da una textura de mármol vivo, de escultura viva. El barandal tiene un grabado que parece rococó; las escaleras son de maderas preciosas y el suelo es una duela a la que se le da un perfecto mantenimiento. Ella se encuentra aún en la planta baja, está del lado contrario de las escaleras, no ha puesto un pie en algún escalón, únicamente está viendo hacia arriba. Sólo se es lo que se es. Las posibilidades son nulas en cuestión de imagen. El olor posible que despide, el sonido o ruido que quizás produce, el sabor imaginable que puede tener y el tacto extenso que su contacto provoca, es, todavía, infinitamente infinito. Y a pesar de eso, ha eliminado infinitas posibles formas de percepción que se adecuarían a lo que hay.
Así se le apareció ella en su sueño, se le apareció en un continuo fluir de abajo hacia arriba, como tratando de subir flotando, burlando las escaleras, volando, rompiendo su pesadez, siendo una con el aire.
Así abrí los ojos, así desapareció de la nube.
Cada vez que la sueño, la posibilidad es única, ella misma con vestido azul burlando las escaleras y queriendo flotar.
El concepto está dado.
El matiz del sueño es el que varía.
Alguna vez es un vestido de confección árabe, alguna otra un vestido de playa con sus piernas sobresaliendo, de repente aparece con un vestido diminuto y pegado con una textura plástica que alimenta todo el kitsch del mundo, luego con un vestido más serio, una que otra con un vestido de novia rasgado de la parte de las piernas, espontáneamente con un tutú y mallas. Siempre azul, siempre eléctrico. A veces sin guantes, a veces con guantes negros, o con las manos pintadas. Siempre apoyada en el barandal, en la parte exterior de las escaleras. A veces en un salón enorme con escaleras de mármol, otras en el patio de una vecindad con escaleras de piedra, esporádicamente en un cuarto con muebles pop y escaleras de metal sesenteras. Siempre escaleras, siempre en el primer piso. Siempre blanquísimo, siempre labios rojos. Siempre azul eléctrico, siempre vestido. Siempre el brazo apoyado en el barandal, siempre fuera de las escaleras, siempre flotando.
La vi: el mismo cabello, los mismos labios, los mismos ojos, la misma piel, la misma textura, la
misma complexión.
Me acerqué. El mismo enfoque, el mismo acercamiento, la misma curiosidad, la misma emoción.
Le hablé, la conocí. Distintas respuestas. Difería en la ropa que usaba, le gustaba vestir de rojo no de azul; no vestidos, siempre pantalones.
La vi flotar. No en una nube, sino en su propia mente, en su personalidad, en su propio ser.
Le pregunté. Me sorprendió. Los labios generalmente no se los pintaba, pero si lo hacia, era sólo de un color. Azul.
Azul eléctrico.

Revolución Fantástica

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