jueves, 12 de enero de 2012

La culpa no es de Eva

La culpa no es de Eva

Fue Adán el que mordió la manzana.
Fue ese otro sujeto, al que el Creador había otorgado el poder de dar un nombre a cada cosa, el que desafío a la autoridad máxima. La acción de este modelo de barro era un nuevo símbolo de fracaso dentro de la pedagogía del Único, sus métodos de enseñanza se petrificaron cuando estos mismos no obtuvieron resultados y no se fueron adaptando a la dinámica que sus creaciones iban generando. La comunicación que se había establecido entre su primer enfrentamiento y su nuevo experimento concluyó en un fracaso rotundo, esa socialización que permitió que más de uno aportara diferentes elementos dentro de las divisiones conformadas por una primera observación produjo una complejidad que emitía un claro desacuerdo con lo establecido y que ponía en duda la autoridad ejercida dentro del orden de lo creado. Esa duda evolutiva en la que cada elemento se tiene que ir conformando con lo que lo rodea ponía en peligro la armonía sujeta al que se las daba de regulador del orden celestial.
La incitación a la que fue sometido no era únicamente externa, sino que se conformó dentro de una decisión plausible, dentro de la realización de un acto comunicativo y en la necesidad imperante de la coacción que el ambiente generó. Era imposible que al haber más distinciones el problema se evitara en la infinidad del tiempo. Y, de haberlo sido, de haberse evitado, las restricciones de ese Ser supremo hubieran llegado a tal extremo que, por cualquier otra causa, el orden hubiera colisionado.
Fue Dios el que, al ver su error y no saber cómo resolverlo, decidió llamar a esos alumnos suyos a su oficina antes de expulsarlos del paraíso, esos humanos desnudos eran los culpables de adquirir la sabiduría confusa que prometió la serpiente con patas, esa sabiduría moral que los haría distinguir las lecciones inculcadas por Dios de todo lo otro adquirido por la experiencia y las vivencias en el paraíso.
El castigo entonces, esa expulsión, no era sólo para amedrentar a los culpables, sino para demostrarle a la naturaleza lo que les sucedería si llegaban a romper las reglas establecidas por el que la había creado. El castigo era una lección que debía ser aprendida.
Sin embargo el castigo sólo funciona cuando logra corregir el problema.
Dios había errado al castigar del mismo modo al primero en interrogarlo. Esa furia impulsiva y ese castigo sin experiencia había creado a su propio némesis. El infierno se consolido gracias a una estúpida decisión y a un colectivo disidente que supo organizarse.
No se necesita mencionar la complejidad que la tierra adquirió para ilustrar el ejemplo y los enormes problemas que se han elaborado para comprobar lo ineficaz del castigo.
Y es que, en ese momento, Dios no contaba con algo primordial que debía tenerse para que su método funcionara y era la inculcación de culpa antes de llegar al acto cometido.
Justo después del regaño a Adán y a Eva; después de gritar como loco tras su escritorio de Director del instituto Paraíso, luego de condenar esos terribles actos, buscó a un culpable; pero ellos no tenían culpa porque simplemente lo habían hecho y podría haberse arreglado de otro modo. La manzana les dio tanta sabiduría moral que el primer hecho no significaba nada grave dentro del conocimiento que habían obtenido. Ese fue el error que se diluye en detalles, ahí fracasó Dios y la expulsión no tuvo sentido.
Sucedió al mismo tiempo: con la puerta de la oficina cerrada y con Dios sentado en su silla preguntándose cómo era posible, con los ojos cerrados y la frente palpitando que Adán, coqueteando con Eva, dijo: ¿por tan poco nos corrieron?, de haber sabido hubiéramos cogido.

Revolución Fantástica
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Plátanos Mezcal-dos