lunes, 27 de enero de 2014

Fugitivo


Fugitivo

1
Mientras los dragones observaban su imposibilidad de llegar a las estrellas, invadido de temor, el Fugitivo deambuló por las laderas de la montaña esquivando grandes precipicios hasta llegar a la llanura. La confusión en la que se encontraba debido a la revelación que había presenciado sobre la naturaleza de todas las cosas le absorbía tantas energías que su caminar se fue sumergiendo en un terreno cada vez más pantanoso, producto de la humedad salpicada por el llanto de las montañas. Las lluvias, la neblina, el clima templado apresuraba el desarrollo vegetal, permitía que la tierra se convirtiera en fango desbordado por charcos estancados, cuna de mosquitos y renacuajos. El Fugitivo fue descubriendo una maraña de ramas cada vez más espesa a medida que se alejaba de la cima: las rocas monumentales, los riscos nevados, la zona sin árboles se quedaban atrás y ahora se enfrentaba a un sendero diferente, con un aire más oxigenado, con un recuerdo que lo seguía cada que el cielo estrellado se colaba entre la sábana de hojas con las que los maestros de la calma arropaban la zona pantanosa; andando así, el Fugitivo aprendió que era imposible permanecer seco; el fango se apartaba ante sus patas para devorarlas de inmediato, se encontraba ante un silencio enrarecido, un silencio imaginario orquestado por una sinfonía de chirridos y crujidos de espectros invisibles -ocultos a su vista- que lo observaban a cada paso: sus alas golpeando las hojas, su cola estremeciendo la quietud de las aguas, sus garras cubiertas de lodo, su hambre manifiesta en las costillas que clamaban por salir de la carne. Falto de fuerzas, el Fugitivo se dejó caer en una trampa movediza que lo succionó hasta ocultarlo bajo la tierra.
2
Después de maravillarse de las alturas de la tierra, al haberlas escalado, los dragones se quedaron abrumados ante la inmensidad del cielo que escapaba del planeta: las nebulosas llenas de estrellas, cometas, luz y etcéteras se manifestaron como la belleza suprema de la creación, de la existencia del todo. Así, en la cima de la montaña, su enamoramiento por los polvos cósmicos proyectó una red entre la cumbre y el firmamento. La experiencia de lo sublime estalló cuando aparecieron las respuestas vivas recibidas desde una lejana mancha estelar, provocando el olvido de la lejanía para hundirse en una francachela de ilusión. A la ilusión se le impuso la distancia absoluta, física, descubriendo que la emoción ante lo sublime había puesto a prueba las lecciones de calma obsequiadas en el ascenso; reforzando la observación sobre la importancia de los detalles que aparecen en los deseos y las consecuencias que éstos generan.
3
Las estrellas, con sus movimientos particulares, sólo se narraban en destellos de sus proceso de creación y destrucción, eran el reflejo de la tierra. Eran un proceso vivo que seguía un andar particular. La sabiduría entregada a los dragones contenía el vacío: era el reflejo de la tierra. La totalidad del mundo se empequeñeció al ver las fronteras a las que se enfrentaba, al descubrir su diferencia en el entorno: era el reflejo del universo; reflejo de una vastedad de existencias interconectadas que narraban historias de múltiples formas sobre la existencia milenaria (mil-millonaria) de los evos. Era el reflejo de la articulación de sistemas donde todo se atraía para construir nuevas condiciones químicas de realidad. Era la vida manifestándose en la obscuridad de lo desconocido, del silencio, de lo quieto.
4
La red lanzada al espacio mostró la interacción entre múltiples montañas y volcanes, entre las nubes y los mares, interacción con ciudades y con explosivos, con tiemperos y alpinistas, con desiertos, con selvas, con hongos, con un mundo contenido en su atmósfera. Un mundo compuesto de archipiélagos que generaban nuevas atracciones, interacciones específicas, realidades constantemente diferentes. Y, como el mundo, la majestuosidad egocéntrica de los dragones fue apuñalada por la vastedad del todo, por la minuciosidad de las observaciones, por la incomprensión de la muerte y la vida, por la historia, por la evolución: por el rebuscado desarrollo que tenía la voracidad del apetito hasta llegar al extremo humano. La necesidad de actuar frente a las profundas muestras de odio destructivo que se presentaban en el mundo asfixiaron a los dragones. La comprensión de la empresa gigantesca que se estaba desarrollando implicaba apresurarse para tomar posturas frente a la realidad descubierta. Y ahí, ante la distancia insuperable con la armonía de las nebulosas, los dragones lloraron junto con las montañas.
5
Las lágrimas escurrieron por las laderas hasta llegar a los pantanos, brotaron para llegar a los mares y se evaporaron en el desierto. Las gotas de tristeza invadieron el mundo permitiendo que la tierra floreciera, que las parvadas y manadas alumbraran a su descendencia, que los carnívoros y carroñeros devoraran muerte, que las distintas temperaturas danzaran en corrientes de aire. Las lágrimas eran los dragones fugitivos que comprendieron que existían necesidades concretas por resolver antes de viajar a las nebulosas; y bajaron envueltos en llanto: hundiéndose en los pantanos, fundiéndose en las olas, explorando las nubes, consumidos por las plantas. Desapareciendo en el mundo.
6
El Fugitivo se convirtió en alimento de tortugas, obteniendo, gracias a esto, su coraza, su miedo, su hambre, su pico y sus garras; perdió nuevamente sus alas como cuando se convirtió en hormiguero, en conexiones subterráneas. Su andar fue seguido por otros fugitivos que también lloraron lágrimas de pantano, disolviéndose en reptiles milenarios para aprender la calma de la longevidad. El Fugitivo se había transformado para no ser encontrado.
7
El Fugitivo emergía de la arena, pastaba en islas, se refugiaba en desiertos e iba aprendiendo nuevas estrategias acorazadas de supervivencia, útiles en la lucha por la comprensión de la innegable interacción del todo y la necesaria actuación en relación a la naturaleza de todas las cosas.
8
Ahora, el Fugitivo -todos los dragones hechos tortugas- sobrevivirá a sus depredadores -los grandes supermercados que drenan los pantanos, los químicos vertidos en el mar, el apetito consumista insano de la cultura moderna, de la bestia neoliberal globalizada- gracias a la ilusión de seguridad que le otorga su coraza.

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