martes, 29 de julio de 2014

Andadas del pensamiento V

Andadas del pensamiento
Avances de tesis: Pausa

Llevaba semanas sin poder dormir, la situación que en un principio era desesperada poco a poco había llegado a constituir una rutina que se reducía a la dinámica diaria de la galera.
Durante el trayecto se convidaron los astros con las olas, las nubes con los truenos y el escorbuto con el alcohol; las relaciones a bordo se habían tensionado al límite, el motín era una presencia que rondaba la embarcación: la respuesta tenía que ser clara o la rabia contenida explotaría hasta las últimas consecuencias.
La empresa, avalada por toda la tripulación, era grande, era la primera de tal envergadura. Sin embargo nadie se imaginó todo lo que hasta ahora había sucedido. Ahora, después de tan largo trayecto, se encontraban en una situación que requería de la presteza del elegido como capitán, presteza que se encontraba en entredicho debido a la única orden con la que contaban todos a bordo desde hacía más de dos meses: Mientras esperamos, haremos una pausa.
La cuestión que se debatía en murmullos día con día era sobre sí aquel proyecto llegaría a buen término y cómo. Ninguno se había embarcado para no lograrlo; mas, durante tan largo transcurso, muchos ánimos encendidos eran ahora una cama de hastío y aburrimiento que enrarecía el ambiente. Los largos debates se veían interrumpidos momentáneamente por la falta de interés, o por algún nuevo suceso que requería de la premura de varios de los tripulantes.
Y en la cubierta, o en su camarote, o en la bodega, o donde quiera que estuviera, el capitán esperaba. La operación requería la respuesta de muchas interrogantes que habían ido apareciendo durante el trayecto que se vinculaban al fundamento principal por el cual se echaron al mar. No sabía cómo continuar con la última etapa.
A pesar de los arrebatos de impaciencia que se daban en el barco exigiendo claridad en el asalto a la ciudad, localizada a más distancia de la calculada, el silencio absoluto reducía la necesidad de respuesta a la confusión de la pregunta. Si bien el capitán no sabía que hacer, tampoco ningún tripulante lo tenía claro.
Observar entonces la rutina se convirtió en una tarea permanente; en ella se fueron conociendo los tripulantes más a fondo, buscaron la manera de no destruirse entre ellos, de aclarar los objetivos del viaje, las realidades bajo las ilusiones, la forma de organizarse y comprenderse. La importancia de lo que se estaba haciendo.
Ahora, entre rumores y tímidas euforias, se habían divisado las primeras señales que mostraban elementos necesarios para completar el plan de acción. Así poco a poco los tripulantes comienzan a sacudirse tanta rutina para hacer efectivo el descanso, para optimizar sus fuerzas, para aventarse a otra parte de la aventura que, a la postre, será considerado como un punto intermedio o uno final, pero que incluirá una orden tan poderosa que engrandecerá el arrojo de la tripulación donde las únicas dos salidas serán la victoria o la muerte. El capitán, elegido por unanimidad debido a su determinación inclemente, gritará al despuntar el alba: en marcha, quemad las naves.

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