viernes, 24 de julio de 2015

Cortarse las letras

Cortarse las letras


¿Quién soy yo para contar historias de emociones desbordantes?, ¿acaso soy el arquitecto de novelas que construyó los monumentos de su propio idioma?, ¿acaso el loco incoherente que penetra en la tierra para despejar el espacio en túneles de letras? ¿Soy el morador del lago del conocimiento dispuesto a sustentar a todas las disciplinas del saber?, ¿el volcán que escupe versos maravillosos y pequeños mientras descansa haciendo llover ideas inspiradoras?, ¿soy la cueva de los tratados, archivo sustancial para reconocer las historias del mundo?, ¿o el majestuoso juglar trota-bosques que en odas recitaba millares de palabras similares (en cantares enormes) y entonadas ante los habitantes crédulos del campo?
¡¿Quién soy yo para hacerlo si ni siquiera me alcanzan las palabras?! Si en mi experiencia siempre lo sublime del sentir se escapa en su propia sublimación de sentirse sin pasar por la conceptualización como el hielo seco hecho vapor oloroso, brotando como grito ahogado que sólo muestra la incapacidad de diferenciar un ahhh de un ahhh, cuando en uno se llora deseando el final de todo y en el otro se celebran los ojos que me cautivan como el mundo a los animales. 
¿Quién soy yo para transmitir algo que no comprendo y que, cuando comprendo, las palabras no pueden alcanzarlo, diluyéndose para dejar únicamente el golpeteo constante de reacciones químicas y un sistema biológico actuando de acuerdo a lo que se ha interpretado?
¿Quién soy yo para contar lo que me desborda si lo que se desborda termina con "aquel yo" que sabe contar y que aparece exclusivamente cuando la emoción se cuarteó dejando espacio para colarse entre las grietas del suceso inesperadamente?
¿Quién soy para adornar el lenguaje de un celador que se siente en la necesidad de expresar la inmensidad de lo que le ocurre con la esperanza de acariciar tus ojos y oídos y abrazar tu corazón y piel con letras y no con el asombro que se queda sin palabras?
Habría que pedir disculpas por creer que existe un yo externo y otro interno que deciden las cosas que hago sin nunca posicionarme como el que hace las cosas hechas. Matizar mis alcances en actos de impotencia para contrarrestar mis ataques de soberbia al sentirme jugador profesional del sonido escrito.
Debería simplemente permitir que la emoción se aclare para que la comprensión se proyecte como fuente de reconocimiento, como motivación para entregar todo lo que he querido sólo para mí. Permitirlo en vez de arrojarme a la falsa necesidad de relatarlo.
Las palabras que hacen crecer no son las que se dicen para unx, son las que dicen todxs mientras me esfuerzo para escuchar, no son los versos construidos para alimentar los deseos personales, sino lo que se lee para el beneficio de lxs demás.
No soy nada de eso, no soy bueno para esto, las palabras no me alcanzan.
Y a la palabra asombro no le cabe el asombro que estoy experimentando. Las palabras son las fronteras que dibujan un contorno para dimensionar lo que se señala. No puedo más que tratar de escribir mucho, pues la emoción no es un concepto concreto. Rodea lo que siento. Algo vacío.
Lo sé, es una frontera amplia, aunque me da gusto que aún no intente escribir novelas. 


Caparazones juglares
8 abril 15

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