domingo, 15 de marzo de 2015

Del comienzo al no me acuerdo VII

Del comienzo al no me acuerdo 
Cuando me gusta 

Me gana, me desborda, me derrite. Cuando existe ese encanto me vuelvo pajarillo madrugador que imprime en cada trino lo sublime del universo, soy el rayo de sol que obsequia calor a la sangre de los reptiles, la necesidad poética de las palabras. El deshielo de los volcanes, el maíz y el jitomate, el perro confiado a las caricias que lo llevan a convertirse en el mejor amigo del humano. Me convierto en quien olvida sus malos ratos, embriagado de placeres hipnotizados, sediento del néctar de quien quedé prendado. Me asombro de notar cómo me secuestran las ideas de adornarlo todo, de cuidar y entregarme por completo. Me arrastra a veces, al punto de azotarme contra las piedras de mi aferramiento, deseoso de que eso nunca termine, que el cariño que se me obsequia siga en cada momento. Así también se construyó un temor a esa emoción, temor de no cubrir mis expectativas al pie de la letra (borroso e incomprensible pie de letra); temor que me ocultó como insecto nocturno, como conejillo asustado en campo traviesa como si hubiera un águila volando hacia mí en picada. Me he escapado cubierto en lágrimas para olvidarlo todo, para hundirme en el fango. 

Pero cuando aparece de nuevo, regreso a trinar, a irrigar los campos por los que paso, a cobijar las escamas de los lagartos. Se me presenta como una verdad innegable que supera mis escondrijos incómodos, que se clava como una flecha en las expectativas para trascender los deseos y posibilitarse sin temores de vulnerabilidad. Me gana, me desborda, me derrite. Es el calorcito que se siente cuando en vez de querer a alguien para siempre, convives con tus cuates, con tu familia y tus mascotas. Es lo mismo que sientes al ver crecer a las plantas, o a los bichos que le caen a esas plantas, es aquello que te sostiene como si volaras en nubes cuando descubres lo importante que es aprender a trabajar en conjunto, respetando la interacción a la que nos vemos sujetos. 

Acostumbrarse a esa sensación sin caer en los viejos patrones no es tan fácil, pues a veces la rechazo por temor a que se acabe, a que cambie, a no exprimentarla con sabiduría. Se presenta como un gran obstáculo, pero así es el irse acostumbrando. Es bonito buscar los aspectos que han fallado para permitir que el cariño sea inconmensurable, sin las fronteras que se le pueden llegar a crear. Que se manifieste el genio detrás de los juegos de palabras para expresar lo inexpresable, para disfrutar de los demás en su máxima expresión, para vislumbrar dentro de quienes nos ayudan a despertar estas emociones esa maravilla que cada quien posee para encender el amor infinito. La alegría burbujeante. Acostumbrarse para no verse rebasados por la embriaguez de la emoción, sino para usarla en beneficio de todos los seres. Familiarizarse con lo que ya está ahí. 

Pero aún me gana, me desborda, me derrite; y agradezco cuando surge. Refuerza la coraza. Entre la sensación de cariño y amor; y la de miedo y necesidad de protección, las dos primeras son las invulnerables.

Caparazones juglares
9 marzo 15

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