jueves, 5 de marzo de 2015

Del comienzo al no me acuerdo VI

Del comienzo al no me acuerdo
Preguntas y respuestas

Reconozco que la forma de preguntar que tenía no era la más adecuada, pues suponía respuestas de manera "semi-apriorística" para la propia pregunta, venía de una conclusión anterior que condicionaba le indagación. Ahora mismo, después de conocer otras maneras de preguntar, observo con asombro que en las preguntas que no requieren de respuesta se encierra un saber rico en nutrientes para la interacción constante con el mundo.
En la filosofía que he leído, el ser que se pregunta sobre el ser, o el sujeto cognoscente que pregunta, presupone una respuesta. Esa búsqueda infinita de respuesta, como si de necesidad biológica se tratara, genera una especie de ansia cultural, filosófica y social para resolver todos los problemas del mundo.
Sin embargo, los problemas del mundo, en realidad, son interpretaciones problemáticas que le damos a las circunstancias, esto debido a que somos esos seres que preguntan, que problematizan.
Creer que por el simple hecho de hacer preguntas deberían de existir respuestas, me ha hecho caer en suficientes engaños para dudar de manera sana sobre el hecho de preguntar. Sin necesidad de llegar al nihilismo cartesiano que sólo se resuelve con respuestas antepuestas a la reflexión. El preguntarse sin querer arribar al respondernos puede mostrar cosas impresionantes. Respuestas no buscadas y por lo tanto necesarias.
En éste que es mi caso, vislumbro esa ansiedad sociológica de responder todo, de tener una respuesta clara para solucionar las cosas que veo que me preocupan. Problemas no menores, y no sólo lanzados por mí, y que por lo mismo su respuesta no sólo depende de mi pensamiento, sino de mi adherencia a una lógica de actuación que permita resolver acciones cometidas. El sólo preguntarse sin buscar respuesta muestra además esa necesidad autocreada de querer responder, de arrojar por la borda cualquier otro pensamiento o idea que me llegue pues parece que el asunto requiere lanzar al agua todo lo demás para aligerar el viaje y así conseguir llegar con una velocidad tempestuosa a la meta. Aunque no sepa cuál es la meta, por lo que decido la meta al cansarme y no soportar más la velocidad del viaje.
Se puede aprender a aceptar que no tenemos las respuestas de todo y que eso no está tan mal como pensamos en un principio, que además hay ciertas equivocaciones al responder que complican las cosas, y quizás que la problematización sólo fue un momento ocioso que nos delimitó tanto la perspectiva que, enfocándonos en seguir el objetivo, solemos perderlo con facilidad. Un ejercicio nos puede mostrar cómo el enfoque unilateral hace que perdamos de vista lo que veíamos. Intenten seguir una mosca en el cuarto, cada movimiento y vuelta que dé, síganla con la cabeza, si la pierden por sólo un instante, el ejercicio quedará demostrado. Tendrán que volver a buscarla hasta encontrarla y seguir con la misma forma de perseguirla. Ahora, en vez de llevar la cabeza a cada movimiento, acomódense en un lugar donde se pueda ver el cuarto en su totalidad y no persigan a la mosca. Con seguridad la estarán viendo recorrer el espacio del cuarto sin perderla, a menos que se distraigan. Al no enfocarse sólo en ella, no se pierde del foco.
Lo mismo con las preguntas, al no querer alcanzarlas podemos ver lo que se encuentra en el movimiento de las preguntas. Observar el preguntar, puede resultar más provechoso que encontrar la respuesta.
Al menos, eso es lo que he aprendido, gracias a que otras personas me lo han comentado. De manera indirecta (aunque se vuelve totalemente directa) me enseñaron a dejar de querer responderme siempre, sólo lanzaron un comentario y permitieron que lo explorara. En el permitir que el otro haga, hay una enseñanza más profunda que en el dar indicaciones, pues éstas son sólo un medio para acceder a las sabidurías que constantemente están floreciendo en cada uno de nosotrxs.
Y entonces, hay pequeños instantes de comprensión que no requieren de más cosas que se le adhieren. Y, aunque regresa el hábito de querer responder todo, esos pequeños momentos, permiten que se siga preguntando. Pues, como bien lo cuentan los filósofos, el humano es aquel que se pregunta. Tiene la capacidad de hacerlo.
Inferir de ahí que es el único que responde, es un gran error. Sin embargo respondemos. Y no hay contradicción en esto. La contradicción está en lo que creemos que sucede, no en lo que realmente pasa.

26 febrero 15

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