Alas
psicodélicas
Lo
conocí mientras comíamos.
Habíamos
nacido en ese lugar y conocíamos una parte importante de él.
Era
un lugar desgastado, sucio, pero nos protegía de la lluvia y del
frío, y ahí teníamos toda la comida que necesitábamos.
No
teníamos padres, todos éramos huérfanos y demasiados, había veces
en las que llegábamos
a ser tantos que nos encimábamos sobre los demás para seguir
comiendo. Pero muchos morían, muchos no aguantaban ese ritmo y se
quedaban ahí tendidos, aplastados por los demás que querían seguir
comiendo. Era
lo que hacíamos todo el tiempo: comer y comer.
Todos
crecían y se iban rápidamente, se alejaban abandonando el lugar y
se marchaban muy lejos a buscar pareja y tener hijos para después
abandonarlos. Todos hacían eso.
Todos
nos parecíamos, todos estábamos sucios, todos teníamos la cara
manchada y todos nos movíamos de manera repugnante, así nos hicimos
amigos. Cuando lo conocí nos pusimos a platicar de los aromas que
habíamos percibidos desde que nacimos: hablamos sobre nuestros
hermanos y de todos los que habían muerto.
Estuvimos
juntos hasta que crecimos, hasta que abandonamos el lugar en donde
habíamos convivido, reído y comido juntos desde la infancia.
Lo
conocí mientras comíamos y ahora lo encuentro tirándose a mi
chica, lo veo en el aire apareándose con la mosca a la que le estuve
danzando.
Como
hemos cambiado, ya no somos las misma larvas en el riñón de aquel
perro atropellado en la carretera por un tráiler.
Ya no somos las mismas larvas atascadas de sangre. Ya no somos las
mismas larvas pululando en la carne descompuesta. Ya no somos las
mismas larvas abandonadas con sus cientos de hermanos por una madre
desconsiderada que tuvo que arrojar todos los huevos cuando fue a
comer una carne semi-podrida; arrojándonos a sabiendas de que
estaríamos tan solos como cuando ella era una larva, viviendo y
comiendo de alguna carne putrefacta. Ya no somos las mismas larvas
que reíamos y que atropellábamos a los muertos para comer y así
lograr crecer hasta que nos salieran las alas para poder emprender
nuestro corto viaje donde
nuestro único propósito, era aparearnos para crear más de
nosotros.
¿Cómo
me debo de sentir?, ¿Alegre o triste?, Es el único amigo que tengo
pero el instinto hizo que se cogiera a la mosca que yo me quería
coger.
Está
bien. ¡Qué se coja a esa mosca!, lo bueno es que cada mosca pone
cientos de huevos y hay miles de moscas a las que me puedo coger.
Nada
más termina con esa mosquita de alas psicodélicas y lo saludo, a
ver si nos vamos los dos juntos para conquistar a nuevas moscas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario