jueves, 6 de diciembre de 2007

Alas psicodélicas

Alas psicodélicas

Lo conocí mientras comíamos.
Habíamos nacido en ese lugar y conocíamos una parte importante de él.
Era un lugar desgastado, sucio, pero nos protegía de la lluvia y del frío, y ahí teníamos toda la comida que necesitábamos.
No teníamos padres, todos éramos huérfanos y demasiados, había veces en las que llegábamos a ser tantos que nos encimábamos sobre los demás para seguir comiendo. Pero muchos morían, muchos no aguantaban ese ritmo y se quedaban ahí tendidos, aplastados por los demás que querían seguir comiendo. Era lo que hacíamos todo el tiempo: comer y comer.
Todos crecían y se iban rápidamente, se alejaban abandonando el lugar y se marchaban muy lejos a buscar pareja y tener hijos para después abandonarlos. Todos hacían eso.
Todos nos parecíamos, todos estábamos sucios, todos teníamos la cara manchada y todos nos movíamos de manera repugnante, así nos hicimos amigos. Cuando lo conocí nos pusimos a platicar de los aromas que habíamos percibidos desde que nacimos: hablamos sobre nuestros hermanos y de todos los que habían muerto.
Estuvimos juntos hasta que crecimos, hasta que abandonamos el lugar en donde habíamos convivido, reído y comido juntos desde la infancia.
Lo conocí mientras comíamos y ahora lo encuentro tirándose a mi chica, lo veo en el aire apareándose con la mosca a la que le estuve danzando.
Como hemos cambiado, ya no somos las misma larvas en el riñón de aquel perro atropellado en la carretera por un tráiler. Ya no somos las mismas larvas atascadas de sangre. Ya no somos las mismas larvas pululando en la carne descompuesta. Ya no somos las mismas larvas abandonadas con sus cientos de hermanos por una madre desconsiderada que tuvo que arrojar todos los huevos cuando fue a comer una carne semi-podrida; arrojándonos a sabiendas de que estaríamos tan solos como cuando ella era una larva, viviendo y comiendo de alguna carne putrefacta. Ya no somos las mismas larvas que reíamos y que atropellábamos a los muertos para comer y así lograr crecer hasta que nos salieran las alas para poder emprender nuestro corto viaje donde nuestro único propósito, era aparearnos para crear más de nosotros.
¿Cómo me debo de sentir?, ¿Alegre o triste?, Es el único amigo que tengo pero el instinto hizo que se cogiera a la mosca que yo me quería coger.
Está bien. ¡Qué se coja a esa mosca!, lo bueno es que cada mosca pone cientos de huevos y hay miles de moscas a las que me puedo coger.
Nada más termina con esa mosquita de alas psicodélicas y lo saludo, a ver si nos vamos los dos juntos para conquistar a nuevas moscas.

No hay comentarios: